Mi Pueblo Huele a Café

Me despierto temprano con olor a suave café y a ritmo de bambuco colombiano, que escapa de la casa de mis vecinos. El sol empieza a arrimarse por un lado del patio de la Gran casa, mientras Ramona nuestra gata negra, se acerca lenta y hace un suave arrumaco entre mis pies.

Hoy, me siento renovada y mientras mi corazón continúa su jornada, bebo lentamente un vaso de agua y me dispongo a estirar los brazos, flexionar las piernas, doblar el torso... uno, dos, tres, quince, veinte veces... y otra vez. Descanso, alargo la mirada al firmamento y observo a una mamá colibrí chillón que canta intensamente en las ramas de un árbol cercano, tratando de defender su nido de un gran mirlo amarillo, que se acerca peligrosamente.

El olor al café se expande y me animo a preparar la suave bebida para la familia que aún no despierta al día. Hoy siento un íntimo alborozo, seguro es, por la música cercana que nos envuelve entre porros, cumbias y bambucos y por el aroma a café que ya se escapa de nuestra cafetera ... Ahh, ¡claro, ahora ya lo sé, estoy en mi pueblo, en casa de mi madre, quien de repente aparece y cantándome un buenos días, me arropa con sus amorosos brazos!....¡Qué felicidad!.

Comparto con mi madre el primer café de la mañana, al igual que con Ramona quien ronroneando ha llegado, y con descaro se enrolla en el rojo sofá de nuestra sala, mientras mi madre sigue conversando suave y amorosa....¡qué café tan exquisito, qué momento tan supremo!. El día está brillante, el tiempo avanza silencioso...Ramona, salta del sofá y mi madre se apresura a nuevos menesteres.

Sentada sola en el gran sofá, los movimientos cercanos de mi madre, siguen revoloteando como mariposas por la casa, mientras al fondo se escucha el despertar de las voces familiares. El olor a café se va acentuando y siento la inmensa necesidad de tener conversaciones superfluas y ligeras, mi corazón en levedad así lo indica.

Decido llamar a Tulio, mi sin igual amigo, el del bigote pequeño, punteada nariz y grandes gafas, para que compartamos un café y aligeremos nuestras vidas a través de los cuentos, que salen por su gran boca como burbujas ligeras y ondeantes. Estoy feliz por tan sin igual encuentro, así que me enfundo el vestido de pepas rojas, fondo blanco, que tanto me gusta, me enredo el collar de perlas, mis pendientes y ajusto en mi cabello, mi bonete negro. 

Compartiré con Tulio y evitaremos conversar de noticias en apariencia trascendentes, repetidas una y mil veces, esas que no pasan de ser informativos pero que amenazan con socavar en todos, la identidad, la libertad y la alegría. Invitaré también a mi amiga Yaneth, pues dice que mi particular amigo con sus conversaciones ligeras y profundas les alegran el espíritu y más aún cuando Tulio se viste con su pequeño corbatín de seda negro.

El viento ondea mi vestido, mis pequeños tacones retumban sonoros en las calle cuarta y avanzo liviana rumbo hacia el lugar citado. Advierto abarrotado el sitio...me impaciento...no los veo, me dirijo al siguiente café y la felicidad me embarga, ahí están Tulio y Yaneth, entre la multitud ruidosa disfrutando el delicioso aroma de café de pueblo.

Moka, Iled, Águila, Montecarlo, Pergamino...¡Qué cantidad de sitios de café tiene mi pequeño pueblo y todos tan cercanos!, y es que mi gente tiene un don innato para compartir durante largas horas la vital bebida, mientras analizan entre la seriedad y el chisme el trasegar del mundo y sus quimeras... ahh... mi pueblo huele a café y a campo.

Me despierto... Se esfuma mi vestido de pepas rojas, fondo blanco...Ramona ya no está... mi madre se ha desvanecido...es la hora de la gran ciudad, las noticias se repiten...el olor a café se intensifica.

Genoveva Alarcón Alarcón

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